Cuando trabajo en una colección como ésta, tras el proceso de diseño, preparo las arcillas. Suelo trabajar el color como lo he hecho desde hace más de veinte años: antes lo hacía en la pantalla decidiendo las proporciones de CMYK (iniciales del Cyan, Magenta, Yellow y K de Black) que luego irían impresos en el papel en libros, piezas gráficas promocionales o identidades visuales.
Hoy amaso literalmente el CMYK después de años de gráfica: parto de arcilla plástica en los tres colores primarios, negro y blanco, y por mezcla obtengo cada uno de los colores previamente definidos en la fase de diseño.
Y ya puedo empezar a trabajar con las arcillas para conseguir en este caso aquel estampado en tonos grises y crudo con alguna nota de rojo que había decidido para la colección São Paulo, ciudad en la que viví y detrás de cuya apariencia gris existe una cultura vibrante.
Obtenida la placa plana de arcilla dibujada, en esta ocasión sólo llegué a cortar este par de la imagen, otro tipo cono y dos menores del modelo cesta si no recuerdo mal.
En el dibujar y en el recomponer de este diseño que acabé cortando en piezas cuadradas que a su vez recompuse para jugar con el dibujo creado, hay un componente azaroso que, quiera o no, hace que éstas piezas sean irrepetibles. Este carácter único no es un hecho extraordinario, pero es divertido poder crear piezas que, aun que puedan parecerse si lo intento, nunca serán iguales.
Y para tí puede ser interesante saber que luces unos pendientes no seriados, que han requerido una dedicación, un tiempo… tras el corte viene el horneado, el lijado, los acabados, los diversos lavados durante el proceso, el montaje de la pieza y los cierres, el acabado del reverso de las piezas que también cuido…
Disfruto del proceso y, si el resultado me place, hago de ello un objeto que hará que un día alguien, ilusionado tras mirarse en el espejo, me mire sonriente y me diga “¡qué bien me quedan!”
¿Y qué más quiero?
Una vez más, ¡gracias!
ate
NOTA: en la sección about puedes conocer mi trayectoria